GUANAJUATO, 24 Mar. 12 / 08:44 pm (ACI).- El Papa Benedicto XVI dirigió un emotivo saludo a los niños
de México desde la Plaza de la Paz de la ciudad de Guanajuato. Ante
miles de personas que desde tempranas horas del día se apostaron en el
lugar, el Pontífice aseguró que es posible cambiar el mundo e hizo un
llamado a la familia, la escuela, la Iglesia y la sociedad a trabajar para que puedan “recibir como herencia un mundo mejor, sin envidias ni divisiones”.
A continuación difundimos el texto completo del mensaje que ofreció el Papa.
Queridos niños:
Estoy contento de poderlos encontrar y ver sus rostros alegres
llenando esta bella plaza. Ustedes ocupan un lugar muy importante en el
corazón del Papa. Y en estos momentos quisiera que esto lo supieran
todos los niños de México, particularmente los que soportan el peso del
sufrimiento, el abandono, la violencia o el hambre, que en estos meses, a
causa de la sequía, se ha dejado sentir fuertemente en algunas
regiones. Gracias por este encuentro de fe, por la presencia festiva y
el regocijo que han expresado con los cantos. Hoy estamos llenos de
júbilo, y eso es importante. Dios quiere que seamos siempre felices. Él
nos conoce y nos ama. Si dejamos que el amor de Cristo cambie nuestro
corazón, entonces nosotros podremos cambiar el mundo. Ese es el secreto
de la auténtica felicidad.
Este lugar en el que nos hallamos tiene un nombre que expresa el
anhelo presente en el corazón de todos los pueblos: «la paz», un don que
proviene de lo alto. «La paz esté con ustedes» (Jn 20,21). Son las
palabras del Señor resucitado. Las oímos en cada Misa,
y hoy resuenan de nuevo aquí, con la esperanza de que cada uno se
transforme en sembrador y mensajero de esa paz por la que Cristo entregó
su vida.
El discípulo de Jesús no responde al mal con el mal, sino que es
siempre instrumento del bien, heraldo del perdón, portador de la
alegría, servidor de la unidad. Él quiere escribir en cada una de sus
vidas una historia de amistad. Ténganlo, pues, como el mejor de sus
amigos. Él no se cansará de decirles que amen siempre a todos y hagan el
bien. Esto lo escucharán, si procuran en todo momento un trato
frecuente con él, que les ayudará aun en las situaciones más difíciles.
He venido para que sientan mi afecto. Cada uno de ustedes es un
regalo de Dios para México y para el mundo. Su familia, la Iglesia, la
escuela y quienes tienen responsabilidad en la sociedad han de trabajar
unidos para que ustedes puedan recibir como herencia un mundo mejor, sin
envidias ni divisiones.
Por ello, deseo elevar mi voz invitando a todos a proteger y cuidar a
los niños, para que nunca se apague su sonrisa, puedan vivir en paz y
mirar al futuro con confianza.
Ustedes, mis pequeños amigos, no están solos. Cuentan con la ayuda de
Cristo y de su Iglesia para llevar un estilo de vida cristiano.
Participen en la Misa del domingo, en la catequesis, en algún grupo de apostolado, buscando lugares de oración,
fraternidad y caridad. Eso mismo vivieron los beatos Cristóbal, Antonio
y Juan, los niños mártires de Tlaxcala, que conociendo a Jesús, en
tiempos de la primera evangelización de México, descubrieron que no
había tesoro más grande que él. Eran niños como ustedes, y de ellos
podemos aprender que no hay edad para amar y servir.
Quisiera quedarme más tiempo con ustedes, pero ya debo irme. En la
oración seguiremos juntos. Los invito, pues, a rezar continuamente,
también en casa; así experimentarán la alegría de hablar con Dios en
familia. Recen por todos, también por mí. Yo rezaré por ustedes, para
que México sea un hogar en el que todos sus hijos vivan con serenidad y
armonía. Los bendigo de corazón y les pido que lleven el cariño y la
bendición del Papa a sus padres y hermanos, así como a sus demás seres
queridos. Que la Virgen les acompañe.
Muchas gracias, mis pequeños amigos.
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