LUZBY BERNAL

jueves, 2 de agosto de 2012

La Atlántida y los científicos

foto de ENCUENTROS Y CONTACTOS EXTRATERRESTRES.

DE : Ovnivedcolombia Fccnmrc

La Atlántida y los científicos :

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Aristóteles, que fue alumno de Platón y luego fundó una escuela filosófica en competencia con la de éste, tomó el abrupto final del relato platónico acerca de la Atlántida
 como prueba concluyente de que la isla sumergida sólo había existido en la imaginación del filósofo, y observó sucintamente: “Aquel que la creó la ha destruido...”

A partir de entonces, Aristóteles se convirtió en el primero de una larga lista de escépticos respecto a la existencia del continente perdido, en una polémica que se ha prolongado durante siglos e incluso milenios.


La comunidad académico-histórica oficial y, en menor grado, el mundo científico, han observado desde hace tiempo el problema de la Atlántida con escepticismo, incredulidad e incluso hilaridad. Los historiadores, como es natural, muestran muy poco entusiasmo por la “historia intuitiva”, basada en “memorias de raza”, que es la base de una gran parte de la literatura que se ha vertido acerca de la isla de Platón. Además, cualquier examen serio de la teoría atlántica, incluso si estuviera fundamentado en lo que ya ha sido descubierto, echaría por tierra muchos de los dogmas existentes acerca de la civilización primitiva y obligaría a una reelaboración de nuestra historia antigua. Sin embargo, gracias a las nuevas técnicas de investigación arqueológica, en la tierra o en pantanos o bajo el mar, de restauración y especialmente de precisión de fechas históricas, gran parte del misterio debe quedar resuelto en un futuro no muy lejano.



Acepte uno la teoría de la Atlántida o no, el estudio del problema tiene un efecto casi hipnótico, no sólo en aquellos interesados en demostrar la existencia de la isla, sino también en quienes se han dedicado a demostrar que se trata de un sueño o una falsedad. Por ejemplo, uno de los mejores y más completos libros sobre la materia escritos en español concluye que el estudio del problema es una pérdida de tiempo, pese a los años que el propio autor le ha dedicado. Algunas veces, obras “anti-atlánticas” como ésta han proporcionado inadvertidamente nuevas pruebas que refuerzan la teoría atlántica, tras hacer un examen detallado de las distintas-fuentes y estudios.



No obstante, el hecho cierto es que el mundo oficial de la investigación y la historia sigue sin convencerse, debido a la falta de pruebas más concretas. Pero los modernos partidarios de la Atlántida tienen una respuesta para ello en la obra del gran autor del siglo XIX, Donnelly, cuando dice:


Durante mil años se creyó que las leyendas de las ciudades enterradas de Pompeya y Herculano eran mitos. Se hablaba de ellas como de “las ciudades fabulosas” y, durante mil años también, el mundo de la cultura no dio crédito a las narraciones de Heródoto acerca de las maravillas de las antiguas civilizaciones del Nilo y de Caldea. Le llamaron “el padre de los mentirosos” e incluso Plutarco se burló de él. Ahora, ...cuanto más profundas y completas se hacen las investigaciones modernas, mayor es el respeto que se siente por Heródoto...


Donnelly anota también que la circunnavegación de África por los egipcios, en tiempos del faraón Ne-cao, merecía dudas, debido a que los exploradores informaron que el Sol estaba al norte de ellos tras cierto período de navegación a lo largo de la costa, dando a entender que habían cruzado el Ecuador. En otras palabras, la prueba misma de su viaje fue la causa de la posterior incredulidad. (Sin embargo, ahora nos demuestra que los navegantes egipcios anticiparon en más de dos mil cien años el descubrimiento del cabo de Buena Esperanza por Vasco de Gama.)



Podrían agregarse numerosos ejemplos de incredulidad a éste que nos proporciona Donnelly: la negativa a creer en la existencia del gorila y el okapi antes de que se encontrasen ejemplares de estos animales “míticos”. Recientemente, se hallaron también los “dragones” de Komodo. En el campo de la ciencia, recordemos sólo una de las muchas creencias refutadas: la posibilidad de transmutar metales, algo que es posible, según ha demostrado la ciencia moderna, y que ha resultado digno de los esfuerzos realizados durante todas las épocas por los alquimistas.



En arqueología, además de los casos de Pompeya y Herculano, en que los descubrimientos reivindicaron la leyenda, habría que señalar también las dudas muy generalizadas que existían acerca de los informes sobre “ciudades indígenas perdidas” en la jungla de América Central antes de su descubrimiento en el siglo XIX y antes del verdadero furor arqueológico que los hallazgos desencadenaron. Por otra parte, durante mucho tiempo se creyó que las inscripciones persas, babilónicas y asirías del Oriente Medio eran elementos decorativos, y no signos de un lenguaje escrito, hasta que fueron descifradas y proporcionaron una historia detallada de una zona que los habitantes nativos de la época habían ignorado u olvidado por completo.


Tal vez la más notable de todas las evidencias obtenidas en arqueología fue la de Heinrich Schliemann, quien, en 1871, descubrió Troya, o al menos una serie de ciudades superpuestas en Hissarlik, Turquía, el lugar donde se supone que se hallaba emplazada. Y, durante mucho tiempo, Troya también había sido considerada un mito. Cuando era joven, Schliemann se vio influido por un litograbado de la guerra troyana que mostraba las enormes murallas de la ciudad. Su tamaño le llevó a creer que era imposible que hubiese desaparecido por completo.


Mientras desarrollaba una brillante carrera como hombre de negocios, prosiguió sus estudios sobre la época homérica, hasta que finalmente abandonó su carrera en 1863, en busca de Troya, cosa que consiguió basándose fundamentalmente en los escritos clásicos de que disponía. Su descubrimiento sirvió para dar un enorme impulso a la arqueología moderna. Posteriormente hizo importantes descubrimientos en Micenas y en otros lugares.


Algunos especialistas le han criticado por su excesiva prisa por afirmar que sus hallazgos —sin duda importantes— correspondían en realidad a lo que buscaba, al objeto de su investigación. Por ejemplo, la hermosa máscara de oro de Agamenón, en Micenas, es sin duda máscara de alguien, pero no se ha demostrado aún que fuera la de Agamenón.

Debido a una serie de circunstancias muy curiosas, las actividades de un nieto de este famoso e intuitivo arqueólogo han acarreado un considerable desprestigio a la teoría de la Atlántida. En un artículo escrito para los periódicos de la cadena Hearst, en 1912, Paul Schliemann sostuvo que su abuelo, que durante mucho tiempo había estado interesado en el tema de la isla sumergida, escribió poco antes de su muerte, en 1890, una carta sellada que debía ser abierta por un miembro de su familia, el cual habría de dedicar su vida a las investigaciones que en ella se señalaban.

Paul afirmó también que una hora antes de su muerte, su abuelo agregó un post-scriptum abierto con las siguientes instrucciones: “Rompa el cántaro con la cabeza en forma de búho. Examine su contenido. Se refiere a la Atlántida”. Según él, no abrió la carta, que estuvo depositada en un banco francés hasta 1906. Cuando finalmente la abrió, supo que su abuelo había encontrado durante sus excavaciones en Troya un cántaro de bronce que contenía algunas tabletas de barro, objetos metálicos, monedas y huesos petrificados.



El cántaro tenía una inscripción en que se leía en escritura fenicia:


“Del rey Cronos de la Atlántida”.

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